(Al mar de Jávea, siempre)
Me angustia tu distancia. Y aún más, la cruel incertidumbre de no saber si el tiempo se beberá algún día el dolor que nos separa.
Recuerdo cuando era libre para correr hasta ti; cuando, sintiendo que perdía algo de mi interior al transcurrir el tiempo separados, solo tenía que organizar mis días siguientes para poder escaparme sin más a recuperar la vida que se iba quedando entre nuestra distancia.
Cuando iba en el coche ya camino de serenar mi ansiedad, paradójicamente sentía mi corazón acelerarse con cada pueblo que dejaba atrás. Después, cuando por fin llegaba a nuestro encuentro mágico, el tiempo ya no existía (¡quién lo diría ahora!) Todo se transformaba en la indescriptible sensación que ardía dentro de mi cuerpo al refugiarse por completo en el tuyo, sintiendo cómo era envuelto por tu caricia hasta fundirse contigo en uno solo.
Paz. Plenitud. Y lágrimas. El contenido llanto de distancia transformado en sosiego al disolverse en tu alma. Me sentía encoger cada vez más según tu grandeza recorría y envolvía cada milímetro de mi cuerpo.
Entonces, como si yo fuera una pluma, me sujetabas con tus amplias palmas y, liviana, quedaba a tu merced, llena de ti, con los ojos cerrados y confiada, flotando libre sobre la placidez de tus aguas...
Ahora que soy esclava de mi propio cuerpo, no me queda sino el recuerdo; y a veces –pocas- una mínima esperanza de que el tiempo me devuelva parte de lo que fui para poder volver a tu lado y moverme libremente en tu regazo.
Encarna Martínez
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