viernes, 26 de marzo de 2010

Agazapada


Se quedó mirando la esfera plateada. Le devolvió una imagen tan patética que le produjo un sobresalto.
Cerró los ojos con los párpados apretados y, al abrirlos, la imagen continuaba allí, pero la piel aparecía aún más arrugada. Quiso gritar y huir. Quiso ampararse en el espejo de su casa.

        Horas después consiguió partir. Al llegar, abrió temblando la puerta y se dirigió a su dormitorio, sacó el espejo que guardaba en el fondo del armario desde hacía meses y fue directo al baño, donde la luz era más potente. Se enfrentó a su rostro con miedo, temeroso de encontrarla allí. Al verse, le invadió una sensación de espanto: arrugas, pelo cano, cuerpo encorvado, y esa piel cetrina que le susurró al oído el secreto. No pudo pronunciar palabra (habría sido en vano).

                           La muerte, se acercó sigilosa…

                                                                       
                                                           Encarna Martínez

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